Para los mexicanos, nunca es una disyuntiva visitar Ixtapa o Zihuatanejo. Ambos son partes complementarias del recorrido por las costas del sureño estado de Guerrero. Se trata de pueblos gemelos, sólo separados 6.5 kilómetros, aunque con personalidades muy distintas. Ixtapa fue durante muchos años una plantación de cocos, ahora es sede de hoteles de gran calidad, resorts “todo incluido”, restaurantes de lujo y tiendas de primer nivel para los fanáticos de las compras. Del otro lado, Zihuatanejo pasó de ser un modesto pueblo de pescadores al actual destino provinciano preferido por mochileros y viajeros bohemios que disfrutan de calles pequeñas y sinuosas, llenas de galerías y tiendas de artesanías.
Ven a conocer pequeños hoteles boutique y rústicas palapas que albergan restaurantes donde sirven los pescados más frescos de la zona. Al pueblo también arriban parejas lunamieleras, buzos y viajeros interesados en conocer la cultura del lugar, todos ellos conocedores del carácter relajado de los amigables habitantes de “Zihua”, como le llaman cariñosamente sus pobladores. En Ixtapa la mayoría de los hoteles están a unos metros de la playa. Así, la decisión de disfrutar de la alberca o las olas del mar sólo implica caminar unos cuantos pasos, siempre teniendo una cómoda silla de playa y una bebida refrescante para disfrutar de la hermosa vista del océano Pacífico.
En Zihuatanejo, encontrar un buen lugar en la playa implica por regla general elegir un restaurante y hallar una mesa libre con una sombrilla, mientras los niños juegan y tú admiras los colores del océano. Ese estado de tranquilidad, y esa vista quizá sólo sean interrumpidas por la impactante imagen de un crucero saliendo del puerto, o por quienes se elevan por los aires en paracaídas, gozando de una vista de altura de la bahía. Ixtapa es una invitación a no quedarse en el hotel. Son tantas las actividades al aire libre que parecerían necesarias semanas aquí para poder agotar las posibilidades.